Una vez apareció una paloma en la ventana del que era mi cuarto. Mi cuarto daba a un patio de luces donde sólo entraba el sol por las tardes, oblicuo. Ese día había quedado para comer con un amigo. La mesa lista, su tarta de cumpleaños decorada con fresas. No recuerdo si pasadas las tres lo llamé para comprobar que estaba vivo o si simplemente di por hecho que ya no vendría. Lo que sí recuerdo es haber entrado en mi cuarto en busca de un libro para calzar mi decepción. Y allí estaba, una paloma de tenaz inexpresividad como otra cualquiera de su especie.
Yo, entonces, todavía buscaba señales. Su mirada siniestra de esfinge curó de algún modo mi tristeza. Busqué mi mejor cámara, la Voigtländer Bessamatic, y le hice una foto. Todavía estuvimos un rato mirándonos, hasta que se hizo tarde y el patio de luces empezó a llenarse de cocinas iluminadas y voces que llamaban para la cena.