martes, 4 de mayo de 2010

LA BELLA MISERIA

Se tiñó el pelo de negro, porque no podía mantener su melena rubia e ir cada quince días a la peluquería. Cuando llegó a casa, tenía una nota en la que ponía "el banco te ha devuelto todos los recibos", la letra era de Michel. Apenas pudo probar bocado. Dejó que el teléfono sonora, mientras tomaba un café y luego lo desconectó. Estuvo fumando en el balcón ensimismada como si le hubieran dado con una piedra en la cabeza. Tenía tantos problemas que ya no podía pensar en nada. Estaba acabada y sin un duro. Días antes la habían despedido como cantante de "El loro azul". Ya no le interesaba un visado para Lisboa, podía morirse en Marruecos. Sabía que Rick no la contrataría, porque solía beber, y no poco, con los clientes. Ya no tendría que soportar que el Capitán Renau le tocara las piernas por debajo de la mesa. Era tan hermosa como desafortunada. De todos modos, aunque ella sabía que aquello tenía un nombre, iría esa noche a Rick's para ver si caía algún oficial de botas relucientes. Si su madre levantara la cabeza, volvería a morirse.
Llegada la noche, se vistió de gala y se puso los pendientes de su abuela, no quería parecer una vulgar fulana. Se sentaría en la barra y pediría cóctel de champán o, tal vez, entraría en la sala de juego a animar a cualquier pelele con dinero y buena racha. Rick la miró sorprendido y le preguntó con los ojos que qué hacía allí: "Un poco de diversión no viene mal, de vez en cuando"-dijo. Él no la creyó y por el color vidrioso de sus ojos, a punto de llorar, entendió de qué diversión se trataba.
Se fue al tocador a eliminar las lágrimas prestas a salir y se pintó los labios. Estaba decidida. Se iría a la cama con algún jugador para celebrar el éxito de la ruleta y le robaría el dinero. Era una chica temerosa de Dios, pero creía que Dios se había olvidado de ella en Marruecos.
Cogió su bolso y se miró al espejo, con una sensación entre pena y asco, se quedó allí, mientras rezaba un Ave María, terminó su copa en la barra y se fue al reservado de juego.
Le abrieron la puerta sin pedir explicaciones, porque Alí, el portero, sabía que no tenía un pavo para apostar.
Parecía que la noche sonreía a un banquero maduro rodeado por la multitud. Se sentó frente a él y le dijo "suerte, aunque creo que no la necesita". Enseguida le pidió que se sentara a su lado. Algunas chicas estaban molestas. Pero ella tenía otro cócotel de champán en la mano y no le importaba otra cosa.
El banquero seguía ganando y le pasaba el brazo por la espalda. Le decía al oído que esa noche la iba a cubrir de oro. Ella reía sin ganas, muy metida en su papel y brindaba cada vez que la apuesta era favorable. La ruleta comenzaba a moverse en su cabeza; estaba bebida, pero controlaba la situación. Cuando la bola volvió a caer en el 17 negro, ella le susurró al oído:"Esta noche te voy a hacer el hombre más feliz del mundo".

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