viernes, 17 de septiembre de 2010

EL INFIERNO

Había dos hombres en la puerta charlando. Apenas se fijaron en ella. Comían patatas fritas, y bebían cerveza, y reían a carcajadas. Cuando las puertas se abrieron, Sofía entró despacio, intentando evitar que se notase. Eran las nueve. El supermercado estaba vacío. Sólo ella y aquellos dos hombres. Cogió el carrito, aunque sabía muy bien que le sobraría mucho espacio, pero detestaba aquellas cestitas. Se detuvo en todas y cada una de las estanterías: la de bollería, la de las bebidas, la de las conservas… Se acercó a la carnicería y escudriñó cada pedazo de carne, los embutidos, todo. En la pescadería no se fijó en nada. Cada vez que veía un pez muerto sentía náuseas, nunca había sabido por qué. Una hora más tarde, decidió dar media vuelta y despacio, muy despacio, dirigirse a los refrigerados. Cuando los vio, lejos aún, pero perfectamente delineado su contorno rosa, azul, verde, su simetría cuadrada y aquellas tres grandes estrellas, aparcó el carro. Se puso a correr, sin darse cuenta. Había perdido el control de nuevo. Comenzó a sacar uno tras otro: helado de fresa, de nata, de chocolate, de chocolate con nueces, de arándanos… Ya no le cabían más en el regazo. Los helados caían al suelo uno tras otro, pero ella seguía y seguía. Nunca serían suficientes. Cuarenta euros en el bolsillo, eso era todo. No quedaba nada más. Su vida se resumía en cuarenta euros en el bolsillo. El se había llevado a los niños por la noche, mientras ella dormía. Desde que tomaba las pastillas le costaba levantarse por las mañanas, el sueño era demasiado pesado y denso. Esta sería la última vez, lo sabía: no volvería a verlos. Pensó en Andrea, la pequeña, y se le cayeron todos los helados que había conseguido mantener aferrados a su mano izquierda. Se sentó en el suelo. El encargado llegó corriendo y al verla ahí, en el suelo, cubierta de una especie de pasta espesa y de colores, le pareció tan patética que decidió no volver a pasar por allí hasta las once. Sofía sintió mucho frío. En el infierno hace frío, pensó. Todo es mentira, todo es mentira, susurró mientras se levantaba.


Ana Vega

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