Las chicas ya son viejas o están muertas
Joan Margarit
A la edad de cuarenta años
se descubren entre otras muchas cosas
que no había belleza alguna en ser maldito,
aquella chicas con cicatrices en las muñecas
que quemaban sus pálidos brazos
con sucias colillas de desconocidos,
y esnifaban tambaleantes en cualquier servicio
de una gasolinera de paso a las diez de la mañana
amplias y copiosas rayas de coca
con las bragas húmedas de flujo y orina,
aquellas que nos parecían ángeles rebeldes de Milton,
sólo eran dueñas de una extraña melancolía
y sus rostros acababan asemejándose
a las máscaras de Ensor cuando la luz
del día empezaba a brillar de nuevo,
aquellas chicas puedes que ahora
trabajen como contables
y vistan trajes oscuros de suaves telas,
divorciadas y solas con un hijo
al que apenas logran ver
y el tiempo haya sajado su mirada
con un pálido y turbio reflejo
como podrida agua estancada,
y qué decir de nosotros que gritábamos
versos de Leopoldo María Panero
ante la última botella vacía de absenta
y nuestras venas eran extraños hilos
de un laberinto cárdeno y purulento,
queriendo morir en París entre vómitos,
dilapidando nuestros escasos ingresos
en telas de encaje y viejos anillos de plata,
nosotros, sí, nosotros que escribíamos
versos de Baudelaire con sangre
de heridas que volvíamos a abrir
una y otra vez sobre las paredes
de mármol de las sucursales bancarias,
ahora el tiempo resbala frío en el pecho
sentados en oscuras oficinas de algún ministerior,
ajustando balances y finalizando auditorías
cuando la medianoche está ya cercana,
y todo aquello fue la más burda farsa,
una treta idiota para engañar a la vida
que tan sólo sirvió para hacernos llorar
cuando se acercan los primeros días de invierno
y a solas apagas la luz, y es la muerte
quien nos sirve ahora la última copa.
ISMAEL CABEZAS
(del poemario Paisaje para un ciego. Blog del autor: Seconal).
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