sabía de la eternidad,
sin medir
ni calcular nada.
Sólo con mi vestido de piqué
y mis sandalias
con alas.
(Eso creía a los cinco años)
Que podía correr
más que las nubes
y las palomas.
como la primera leona que ardió en un clavo.
Por eso que fuego se apaga con agua,
que decidí que Sara bailara…
y entonces los cuerpos no tuvieron idioma que explicarse…
y es que siempre está ahí
esa furia marcada entre Beats
que pocos teatros condenan,
(qué facil hubiera sido desnudarnos literalmente,
en lugar de desnudar la literatura y la mente).
Ahí arriba debe empezar a hacer frío,
menos mal, señorita Paz, que el corazón caliente hace de estufa...
RAINER MARIA RILKE
No le conocí, y sus libros me fueron revelados tarde, el mismo año en que el poeta se vestía definitivamente de fantasma. Una gran parte de su obra se me escapa, sumergida en el balbuceo y en la neblina, pues los poemas traducidos no son más que palomas de alas rotas, sirenas arrancadas de su elemento natal, exiliadas en tierra extraña, gimiendo de añoranza. Apenas sus obras en prosa, sus cartas, algunos versos escritos directamente en francés y algunos relatos de personas que le amaron bastaron para inspirarme una ternura infinita y fraternal hacia él, tan sólo comparable a mi amistad con Virgilio. Pero el tiempo no es más que una ilusión, y ya es algo que la balsa de un mismo siglo nos haya llevado juntos: mientras que Virgilio se nos hunde en la polvareda de dos mil años de crepúsculos, Rilke está todavía tan cerca que podemos amarlo como a nosotros mismos. No basta con ser grande, con ser puro; si lo queremos tanto es porque su miseria es casi la nuestra, y la suerte le ha asignado la misma función infausta. Las soluciones que encontró para su vida repartida entre la angustia y el respeto se cuentan entre las que nosotros podríamos aceptar, y esta comunidad de peligro y de soledad hace que su genio nos resulte un poco menos extraño.
El profundo Virgilio nos hace soñar con las plantas nocturnas que crecen silenciosamente bajo los rocíos lunares, con la melancolía de los frutales corrompidos por el otoño, con el destino dorado de las abejas y de los astros. También Rilke tiene sus frutales, sus astros y su Orfeo. Pero la verdadera patria del joven Malte no son los Campos Elíseos de Gluck, sino el país enfermo y gris donde el ajusticiado se consuela con la esperanza; es París, es Praga, Purgatorios pensativos.
La luz tenebrosa que invade la habitación de la calle Toullier es la de un alba aún pálida por haber atravesado la noche, y la manzana de Cézanne hace que los árboles del huerto de Muzot se inclinen bajo su peso tranquilizador y triste. Extrañas manos, como esas que Rodin jamás se cansó de modelar, frecuentan los pasillos de esta obra crepuscular como la mañana, y que parece dictada en la hora en que los fantasmas palidecen. Si este poeta, acostumbrado a las visitaciones angélicas se consideró insustancial, humilde, despojado hasta la transparencia, es porque se sabía nacido para transmitir, para escuchar, para traducir, arriesgando su vida, esos secretos mensajes que las antenas de su genio le permitían captar; encerrado en su cuerpo, como un hombre que escucha en un navío que naufraga, mantuvo hasta el final su contacto con ese lugar misterioso de emisión, situado en el centro de los sueños.
Respeto hacia los hombres, respeto hacia sus almas invisibles o, tan rara, tan patéticamente adivinadas; respeto hacia sus tristes cuerpos que ellos mismos apenas respetan, contentándose con cuidarlos, torturarlos o negarlos. Respeto hacia las cosas, de las que los hombres abusan con mayor inconsciencia si cabe, y a las que tratan peor de los que su corazón les diría. Respeto hacia el silencio, lleno del presentimiento de voces futuras; respeto hacia el pasado, que sigue presente como la huella que deja el anillo desaparecido en el joyero, y respeto hacia el instante presente, que pronto irá a añadirse al pasado, atraído por la imantación del tiempo. Respeto hacia los ángeles, que son nuestros guardianes y tal vez nuestras almas; respeto también hacia nuestros demonios, que son la sombra que nuestros ángeles proyectan. Respeto hacia Dios, aunque no exista, pues no existir no es, después de todo, más que una manera algo más noble y más pura de ser, y porque le poseemos al menos en forma de deseo y de espera. Respeto hacia el amor, que hombre y mujeres no respetan por el miedo que tienen a ser dignos de él. Respeto hacia la muerte, que es el fruto de nuestra vida y casi su hija. Rilke respetó todas estas cosas y dedicó su existencia a venerarlas poniendo sobre ellas unas manos cada vez más temblorosas, pero que, como las de un amante, sólo tiemblan a fuerza de atrevimiento. En una época en la que morimos de sequedad desdeñosa y de indiferencia grosera, Rilke es el único poeta a quien cosas y seres entregaron sus secretos supremos, por haber sido él el único en comprender la necesidad de arrodillarse. No dispone de los dones del visionario, como Blake, o del nigromante, como Swedenborg, o del brujo, como el viejo Goethe; no posee el extraño magnetismo telúrico que hace de la obra de Mann la mayor reserva de fuerzas elementales; ni tampoco tiene entre sus dedos los utensilios cortantes y curvos de Proust. Del fondo de tanta desnudez y de tanta soledad, los privilegios de Rilke y su mismo misterio, son el resultado del respeto, de la paciencia y de la espera con las manos juntas. Un buen día, esas manos, doradas por el reflejo de no sé qué cielos desconocidos, se separaron por sí mismas, semejantes a la cáscara frágil y perecedera de un fruto formado en la profundidad de esas palmas y del que nunca sabremos si se debe más a la luz que le ha madurado o a la profundidad de la que ha salido.
En Roma, una tarde de Navidad que recuerda e iguala a la mañana de Pascua del primer Fausto, Rilke escribía a un joven poeta para aconsejarle que fuera grande, y para consolarle por estar solo. Entre los compañeros dispuestos a probar nuestras soledades, enumeraba a Dios, y también a la primavera, y a la infancia, y sobre todo al viento “que pasó sobre los árboles de numerosos países”. El recuerdo de Rilke se ha vuelto semejante a esa brisa que de nuevo abre, como una rosa de Jericó, el corazón árido de los solitarios. Porque él fue triste, nuestra amargura es menos grande; porque él vivió sin seguridades, nosotros estamos menos inquietos; porque él estuvo solo, nosotros nos sentimos menos abandonados. Diez años hace ahora que Rilke entró en esa tierra en la que el sepulturero de sus cuentos esperaba ahondar lo suficiente como para encontrar a Dios, y ya la obra de este poeta ha adquirido un rostro de Ángel y aporta a los desdichados el refrigerio de sus propias lágrimas.
Marguerite Yourcenar
Traducción de Almudena Nicás
("Yourcenar sobre Rilke", publicado en el blog de Xoán Abeleira: http://xoanabeleira.blogaliza.org/2010/09/11/yourcenar-sobre-rilke/)
EL INFIERNO
Había dos hombres en la puerta charlando. Apenas se fijaron en ella. Comían patatas fritas, y bebían cerveza, y reían a carcajadas. Cuando las puertas se abrieron, Sofía entró despacio, intentando evitar que se notase. Eran las nueve. El supermercado estaba vacío. Sólo ella y aquellos dos hombres. Cogió el carrito, aunque sabía muy bien que le sobraría mucho espacio, pero detestaba aquellas cestitas. Se detuvo en todas y cada una de las estanterías: la de bollería, la de las bebidas, la de las conservas… Se acercó a la carnicería y escudriñó cada pedazo de carne, los embutidos, todo. En la pescadería no se fijó en nada. Cada vez que veía un pez muerto sentía náuseas, nunca había sabido por qué. Una hora más tarde, decidió dar media vuelta y despacio, muy despacio, dirigirse a los refrigerados. Cuando los vio, lejos aún, pero perfectamente delineado su contorno rosa, azul, verde, su simetría cuadrada y aquellas tres grandes estrellas, aparcó el carro. Se puso a correr, sin darse cuenta. Había perdido el control de nuevo. Comenzó a sacar uno tras otro: helado de fresa, de nata, de chocolate, de chocolate con nueces, de arándanos… Ya no le cabían más en el regazo. Los helados caían al suelo uno tras otro, pero ella seguía y seguía. Nunca serían suficientes. Cuarenta euros en el bolsillo, eso era todo. No quedaba nada más. Su vida se resumía en cuarenta euros en el bolsillo. El se había llevado a los niños por la noche, mientras ella dormía. Desde que tomaba las pastillas le costaba levantarse por las mañanas, el sueño era demasiado pesado y denso. Esta sería la última vez, lo sabía: no volvería a verlos. Pensó en Andrea, la pequeña, y se le cayeron todos los helados que había conseguido mantener aferrados a su mano izquierda. Se sentó en el suelo. El encargado llegó corriendo y al verla ahí, en el suelo, cubierta de una especie de pasta espesa y de colores, le pareció tan patética que decidió no volver a pasar por allí hasta las once. Sofía sintió mucho frío. En el infierno hace frío, pensó. Todo es mentira, todo es mentira, susurró mientras se levantaba.
Ana Vega
Eu son Lupe, unha nena moi silenciosa, moi alegre, moi forte. Buscando sempre, na miña vida, a liberdade escura e azul dos elefantes. Nacín en Fisteus, unha aldea bonita onde a natureza brillaba. Eu ía coas vacas, en paz, e berraba na escola. Todo era sangrar. Todo era bonito, limpo. Bailar. Romper a gorxa e volver a amar, con ollos limpos, novos. Sentía, dende nena, que todo era demasiado grande, e que non había sitio para min. A veces tiven que chorar, tolear. A veces sufrir, e levantar os ollos no sitio dos mapas. A veces facer circunferencias nos campos e levantar a saia e ensinar o sexo, a sinceridade, as bragas. Escribir, dende sempre, para recuperarme, para levantar os ollos, para soportar o mundo, para voar, para romper a realidade. Facer poesía, como quen fai barcos. Construir o sexo, a cerámica. Facer nos meus ollos unha risa moi escandalosa, moi libre, moi alta. Bailar cos meus amigos na aldea. Na aldea nacín, e da aldea fun expulsada. Con desgarro, con dor. Nacín no galego, e en Curtis e en La Coruña sentín frustracción. Estudei, eu era moi estudosa, gustábame estudar. Para min era como un exilio. Dentro de min había unha revolución enorme. Víñenme a Santiago de Compostela a vivir e a facer Xornalismo. Nesta cidade abrinme aos soños. Nesta cidade empezei a vivir. Aqui o meu mundo medrou moito. Aqui escribin os meus sete libros, e agora estou escribindo o octavo, unha biografía sobre unha muller maravillosa e intensa. Aqui renunciei a ser perfecta e convertinme nun cocodrilo. Aqui empezei a colaborar con El Correo Gallego e Galicia Hoxe. Fago artigos e críticas de libros e teatro como quen fai pan. Coa pulsión do infinito. Coa miña forza de nena pequena. Gardo en min moita rebeldía e moitas ganas de bailar. Os meus libros son os meus fillos. Pornografía naceu con éxito e con dor. Os teus dedos na miña braga con regra é unha historia de amor vivida en Compostela, chea de tenrura e paixón. Poesía fea naceu dunha forma moi viva, moi directa. Naceu nas cartas que eu escribía e lle mandaba aos meus amigos. Fisteus era un mundo é o meu libro máis alegre, o máis optimista, o máis sincero. É un libro moi vivido. Unha narración-poema feita coa miña vida, cos meus sentimentos. Querida Uxía vai dirixido para os nenos, e está escrito coa miña fantasía e co meu amor. Cando escribo esto, está a piques de sair o meu poemario Levantar as tetas, outra mostra máis do meu orgullo de ser Lupe, unha nena enferma que fai poemas mínimos, limpos, vivos. Tamén, gañei un premio co meu poemario O útero dos cabalos. Un poemario de poemas vitalistas, longos. Moi diferentes ás miñas poesías de antes.
Para min vivir consiste en escribir. Non concibo a miña vida sen escrita. Eu, se non escribo, non son eu. Son outra, estranxeira, alienada, perfecta. E eu non quero vivir chorando. Non quero nin imaxino unha vida sen escrita. Xa non quero ser perfecta, gris e de goma. Agora quero ser eu, Lupiverdiazul. Eu chámome asi, Lupiverdiazul. Quero vivir e que todo sexa bonito e emocionante. Encántame recitar, facer moitos recitais, berrar as miñas palabras. Os recitais son para min algo maravilloso, máxico e extraño. Fundirme coa xente, dunha forma intensa, catártica, sagrada. Berrando moito. Elevando a alegría e o llanto.
Morrerei algún dia, pero agora quero ser libre, e vivir todo intensamente. Agora quero enamorarme moito dos mozos, soñar, escaparme da escola. Quero beber cervexa polas noites en Compostela. Facer viaxes a Fisteus e a Portugal. Non quero ser real. Quero bailar.
extraído da BVG, biblioteca virtual galega.
para poder cambiar en facebook
la sección status
con algo que suene más lleno que la verdad
más fuerte que single
algo como
in a relationship with
o engaged o
married to
.
así que
he vestido la almohada con el traje
que mi último novio olvidó
pegué la cara de un modelo sobre la sábana
y nos retraté felices frente a una palmera
.
ahora la llevo siempre metida en la cartera
con una dedicatoria en la trasera
que yo también inventé
.
cuando estoy triste la miro
y entonces sólo entonces
dejo de sentirme sola
..
.
de para-no(v)ia, dé-lirios de des-amor un poemario alternativo (ahora sí ahora no) en in-constante regurgitación. Se permite la libre participación bajo el título "para-no(v)ias". los textos seleccionados serán publicados en Freudian editions, con un penen de regalen o un donut de chocolaten.