DESCONCIERTOS DE JULIO
Le desconcertaban las interminables tardes de los domingos
y la gente que no la miraba a los ojos cuando le hablaba.
Le desconcertaba el hecho de que, cuando contaba pétalos
de margaritas, éstas siempre decían sí.
Le desconcertaba la cantidad de amantes que había perdido
y a los que no añoraba.
No se habían cumplido ninguno de sus sueños. Le
desconcertaba esa buena suerte que tenía.
Le desconcertaba que siempre que quería un taxi, apareciera
uno. Y que hubiera nacido en enero.
Le desconcertaba que alguien pudiera intuir sus complicados
pensamientos de espiral, bibliotecas de Babel borgianas
de privado acceso restringido. Le desconcertaba por qué
dos seres -de repente- se amaban.
Le desconcertaba leer a Karfa por las noches y Vogue por las
mañanas.
Su corazón latía rápido, su pulso se mantenía constante, sus
células seguían alimentándose en la madrugada, cuando
ella descansaba la neurona de la ansiedad. ¿Quién dirigía
su cuerpo? Eso también la desconcertaba.
Le desconcertaba el olor a nata y cariño de su padre, que el
Correcaminos siempre se burlara del Coyote; le
desconcertaba el perfume a romero y luna de su ciudad.
Le desconcertaba que su sexualidad se despertara cuando
unas manos masculinas agarraban el volante de un
coche. Manos para vivir en su cuerpo. Manos
bronceadas en su cuerpo color aceituna.
Le desconcertaba el tiempo. ¿Quién lo poseía? ¿Los
hombrecillos grises de Momo? ¿Swatch Colección
Primavera-Verano? ¿Por qué es lógico vivir de día y
dormir de noche?
Le desconcerta que su única luz fuera el neón de los bares
de copas. Le desconcertaba su atracción por los sacos de
boxeo y el hecho constatable de tener en sus ovarios
partes de sus futuros hijos.
Le desconcertaban los desnudos de Lucien Freud, los
cereales que naufragaban y se humedecían en la leche
mañanera y el no recordar el agua de colonia de su
última conquista.
Aquel tacto rugoso, las venas azuladas de sus abuelas...
¿Cómo podía recordarlo? Se desconcertaba cuando casi
las tocaba en su memoria.
Dar dos besos a desconocidos y la cantidad de gente que se
habría emocionado, antes que ella, con la película
típica-tópica de Casablanca, le desconcertaba. Más le
desconcertaba la gente que no se emocionaría.
Le desconcertaba el hecho de que ninguno de los siete
enanitos se propasó con Blancanieves y el que las
prostitutas siempre estuvieran en una esquina. La
infinitud de sus propios desconciertos desconcertaba,
aún más, su delicada mente, desequilibraba sus pilares.
Le desconcertaba que la tarta de cumpleaños sólo tuviera
tres tímidas velitas compradas aprisa en Carrefour...
¿Debería poner veintiocho velas? Su único deseo cuando
las sopló: seguir siendo una tipa completamente
desconcertada.
CARMEN GARRIDO ORTIZ, La hijastra de Job, Editorial Renacimiento, 2009
Le desconcertaban las interminables tardes de los domingos
y la gente que no la miraba a los ojos cuando le hablaba.
Le desconcertaba el hecho de que, cuando contaba pétalos
de margaritas, éstas siempre decían sí.
Le desconcertaba la cantidad de amantes que había perdido
y a los que no añoraba.
No se habían cumplido ninguno de sus sueños. Le
desconcertaba esa buena suerte que tenía.
Le desconcertaba que siempre que quería un taxi, apareciera
uno. Y que hubiera nacido en enero.
Le desconcertaba que alguien pudiera intuir sus complicados
pensamientos de espiral, bibliotecas de Babel borgianas
de privado acceso restringido. Le desconcertaba por qué
dos seres -de repente- se amaban.
Le desconcertaba leer a Karfa por las noches y Vogue por las
mañanas.
Su corazón latía rápido, su pulso se mantenía constante, sus
células seguían alimentándose en la madrugada, cuando
ella descansaba la neurona de la ansiedad. ¿Quién dirigía
su cuerpo? Eso también la desconcertaba.
Le desconcertaba el olor a nata y cariño de su padre, que el
Correcaminos siempre se burlara del Coyote; le
desconcertaba el perfume a romero y luna de su ciudad.
Le desconcertaba que su sexualidad se despertara cuando
unas manos masculinas agarraban el volante de un
coche. Manos para vivir en su cuerpo. Manos
bronceadas en su cuerpo color aceituna.
Le desconcertaba el tiempo. ¿Quién lo poseía? ¿Los
hombrecillos grises de Momo? ¿Swatch Colección
Primavera-Verano? ¿Por qué es lógico vivir de día y
dormir de noche?
Le desconcerta que su única luz fuera el neón de los bares
de copas. Le desconcertaba su atracción por los sacos de
boxeo y el hecho constatable de tener en sus ovarios
partes de sus futuros hijos.
Le desconcertaban los desnudos de Lucien Freud, los
cereales que naufragaban y se humedecían en la leche
mañanera y el no recordar el agua de colonia de su
última conquista.
Aquel tacto rugoso, las venas azuladas de sus abuelas...
¿Cómo podía recordarlo? Se desconcertaba cuando casi
las tocaba en su memoria.
Dar dos besos a desconocidos y la cantidad de gente que se
habría emocionado, antes que ella, con la película
típica-tópica de Casablanca, le desconcertaba. Más le
desconcertaba la gente que no se emocionaría.
Le desconcertaba el hecho de que ninguno de los siete
enanitos se propasó con Blancanieves y el que las
prostitutas siempre estuvieran en una esquina. La
infinitud de sus propios desconciertos desconcertaba,
aún más, su delicada mente, desequilibraba sus pilares.
Le desconcertaba que la tarta de cumpleaños sólo tuviera
tres tímidas velitas compradas aprisa en Carrefour...
¿Debería poner veintiocho velas? Su único deseo cuando
las sopló: seguir siendo una tipa completamente
desconcertada.
CARMEN GARRIDO ORTIZ, La hijastra de Job, Editorial Renacimiento, 2009
2 comentarios:
bonito texto, es la verdad.
http://www.azetarevista.com/
No he podido dejar de leer tu poema hasta el final. Muy bueno. A mí también me desconciertan las mismas cosas...
Abrazos
L;)
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